Lo dicho es suficiente como reconocimiento general. Ahora, seamos específicos. En vez de pasar apresuradamente por todas las ocho bienaventuranzas de manera superficial, estudiemos con cuidado las primeras cuatro cualidades. Las otras cuatro las estudiaremos en el otro capítulo. Podemos entender tanto la sombra sutil como el rico color del retrato que pintó Jesús, para que todos lo apreciemos y nos los apliquemos, si dedicamos tiempo para pensar detenidamente en cada una de las características del siervo.
«Los pobres en espíritu»
A primera vista , esto parece referirse a los que tienen poco dinero o no tienen nada, a personas pobres que, en cuanto a seguridad económica están en cero. ¡Equivocación! Notará usted que el Señor habla acerca de «los pobres en espíritu» (las cursivas son mías). William Barclay, quien es una autoridad en la materia, aclara el significado:
En hebreo, estas palabras pasaron por cuatro etapas en el desarrollo de su significado. (1) Comenzaron significando simplemente pobres. (2) Pasaron a significar: a causa de ser pobres, no tienen influencia, ni poder, ni ayuda, ni prestigio. (3) Luego llegaron a significar: por cuanto no tienen ningunos recursos terrenales, pone toda su confianza en Dios.
Esta es una actitud de absoluta y sencilla humildad, ¡Qué manera tan excelente de comenzar el retrato del siervo! Es el retrato de uno que se ve a sí mismo como un individuo que está en bancarrota espiritual, que no merece nada… que se vuelve hacia el Dios Todopoderoso con confianza total. Augustus M. logró un vislumbre de esta actitud cuando escribió las siguientes palabras que llegaron a ser parte de los cantos de la Iglesia de Cristo:
En mis manos nada tengo, yo sólo a tu cruz me aferro. Mi desnudez es desgracia, pero acudo a ti por gracia. Limpieza en tu fuente espero, ¡lávame, Señor, o muero!
Este espíritu de humildad es muy raro en nuestro día en que las actitudes son fuertes y orgullosas como un pavo real. El puño cerrado ha sustituido a la cabeza inclinada. Los bocones y los de mirada arrogante dominan ahora el escenario que una vez estaba ocupado por la piedad de los «pobres en espíritu». ¡Qué farisaicos! nos hemos vuelto! ¡Como confiamos en nosotros mismos! Y con esa actitud, ¡cómo somos desesperadamente desdichados! Cristo Jesús ofrece una felicidad genuina y duradera a aquellos cuyos corazones estén dispuestos a declarar:
Oh Señor, soy un esqueleto lleno de polvo, pero animado por un alma racional invisible y renovado por el poder invisible de Tu Gracia. Sin embargo, no soy objeto raro de precio inestimable, sino algo que no tienen nada, ni es nada, aunque escogido por ti desde la eternidad, entregado a Cristo y Renacido. Estoy profundamente convencido del mal y de la desdicha del estado pecaminoso, de la vanidad de las criaturas, pero también estoy convencido de la suficiencia de Cristo. Cuando tú quisieras guiarme, yo me dirijo. Cuando tu quisieras ser mi soberano, yo me gobierno. Cuando tu quisieras cuidarme, yo me gasto a mi mismo. Cuando debo depender de tu provisión, yo mismo me abastezco. Cuando debo someterme a tu providencia, sigo mi voluntad. Cuando debiera estudiar, amarte, honrarte y confiar en ti, me sirvo a mi mismo. Yo censuro y corrijo tus leyes para que se adapten a mi. en vez de mirarte a ti, busco la aprobación del hombre, y por naturaleza soy idólatra. Señor , mi principal propósito es que mi corazón vuelva a ti. Convénceme de que no puedo ser mi propio dios, ni labrar mi propia felicidad, ni puedo ser mi propio Cristo para restaurarme el gozo, ni puedo ser mi propio Espíritu, que me enseñe, me guíe, me gobierne. Ayúdame a comprender que la Gracia hace todo esto mediante la providencial aflicción porque cuando mi crédito es el de dios, tú me abates, cuando las riquezas son mi ídolo, tú me las quitas cuando el placer es mi todo, tú lo conviertes en amargura. Quítame la mirada errante, el oído curioso, el apetito avaro, el corazón carnal. Muéstrame que ninguna de estas cosas puede sanar la conciencia herida, ni sostener una estructura bamboleante, ni tener un espíritu que parte. Entonces dame convicción de tu sacrificio en la cruz y permite a tu siervos recibir las promesas de Tu Reino Celestial mediante la fe y la Gracia, (Efesios 2:8-9)no por nuestras obras, por tu amor y tu misericordia infinitas. (1 Timoteo 1:17 = Por tanto, al Rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, a Él sea honor y gloria por los siglos de los siglos.) Amén. Amén. Hay una promesa especial que está unida al rasgo del desamparo espiritual: "...porque de ellos es el reino de los cielos". Eso lo dijo Jesús. La condición indispensable para recibir una parte en el reino de los cielos es el reconocimiento de nuestra pobreza espiritual. La persona que tiene un corazón de siervo-que no es distinta del niño que confía completamente en la provisión de sus padres-, se le promete un lugar en el reino de Cristo. La actitud opuesta se manifiesta claramente en la congregación de Laodicea, que fue severamente reprendida por Cristo. Eran tan orgullosos que estaban ciegos con respecto a su propio egoísmo.
Yo conozco tus obras , que ni eres frio ni caliente. ¡Ojalá fuésemos frio o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frio ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad, y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo (Apocalipsis 3:15-17).
Es muy probable que no hubiera ni un solo siervo en toda la congregación de Laodicea.
En la vida de un siervo auténtico, lo primero y más importante es una profunda y permanente dependencia del Señor viviente. El reino de Dios se les promete a los que tienen tal actitud.
«Los que lloran»
Cuando Mateo registró la enseñanza de Cristo, escogió el término griego más fuerte de todo su vocabulario, cuando escribió la palabra «lloran». Es una palabra fuerte: un lamento apasionado por uno que fue amado con profunda devoción. Da a entender la tristeza de un corazón afligido, el dolor del alma, la angustia de la mente. Pudieran incluir varias escenas:
- Llorar por el mal que hay en el mundo.
- Llorar por una pérdida personal.
- Llorar por la propia maldad y pecaminosidad de uno.
- Llorar por la muerte de algún ser querido.
Es interesante que este término particular incluye un significado de compasión, una sincera preocupación por otros. Tal vez pudiéramos elaborar una paráfrasis satisfactoria. La siguiente: «¡Qué felices son aquellos que se preocupan intensamente por las heridas, las tristezas y las pérdidas de los demás…!» En el corazón de este rasgo del carácter está la compasión, otra actitud de siervo que tanto se necesita en el día de hoy.
Hace varios años, uno de los hombres de nuestra iglesia se cayó mientras tomaba la ducha por la mañana. El piso estaba liso y resbaló. Fue a dar con todo su peso sobre una lámina de vidrio. El vidrio roto le hizo una profunda herida en el brazo y alrededor del bíceps. La sangre se esparció por todo el baño. Pronto se vio la luz intermitente, sonaron las sirenas de la ambulancia que acudió con personal auxiliar de enfermería, y el altavoz hacia un ruido estridente dentro del coche. El hombre fue colocado en una camilla mientras la familia llegaba apresuradamente en una carrera contra reloj, para trasladarlo al puesto de emergencia más cercano. Estamos agradecidos de que se le salvó la vida, y finalmente él se recuperó.
Cuando hablé con la esposa de él acerca de esta experiencia severa, ella me dijo que ni un solo vecino había mirado siquiera desde la puerta de su casa. ni mucho menos se había detenido a ver si ellos necesitaban alguna ayuda. Ni uno… ni en ese momento, ni después. No manifestaron compasión. Carecían de la «preocupación mutua». ¡Cuán diferente es nuestro Salvador! Se nos dice:
Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Hebreos 4:15).
Los verdaderos siervos son como su Señor: compasivos. ¡Y cuál es la promesa para «los que lloran»? El Salvador promete: «…recibirán consolación». Ellos podrán reclamar consolación. Me parece significativo el hecho de que no se menciona la fuente ni el cauce de esta consolación. Simplemente, vendrá. Tal vez de la misma persona a la cual el siervo cuidó cuando hubo la necesidad. Hay algo que es axiomático: No puede haber una pequeña consolación donde no ha habido aflicción.
Hasta ahora hemos hallado dos actitudes en los verdaderos siervos: una dependencia suma y una fuerte compasión. Hay más, mucho más.
«Los mansos».
El tercer rasgo característico que Jesús incluye en su retrato de un siervo es la mansedumbre. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (versículo 5).
De inmediato podemos recibir una falsa impresión. Pudiéramos pensar: «Bienaventurados los débiles, porque ellos llegarán a ser felpudos». A causa de nuestro individualismo rudo y áspero, pensamos que la mansedumbre es debilidad, ser suaves y virtualmente débiles de carácter. ¡No es así! El término griego es sumamente colorido, y nos ayuda a entender correctamente porqué el Señor ve la necesidad de que los siervos sean mansos.
Tal término se usa de diversas maneras en la literatura no bíblica.
- A un caballo salvaje que ha sido domado, sometido a control, se lo califica de «manso».
- De las palabras cuidadosamente escogidas que suavizan las emociones fuertes se dice que son palabras «mansas» o «suaves».
- Al ungüento que quita la fiebre y saca el aguijón de una herida se lo llama «manso» o «suave».
- En una de las obras de Platón, un niño le pide al médico que sea tierno al tratarlo. El niño usa el adjetivo «manso.
- De las personas que son corteses, que tienen tacto y que tratan a las demás con dignidad y respeto, se dice que son personas «mansas» o «suaves».
Así que , entonces, la mansedumbre incluye cualidades tan envidiables como controlar la fuerza, ser uno calmado y pacifico cuando está rodeado de una atmósfera acalorada. producir un efecto suavizante sobre aquellos que pueden estar airados o fuera de sí, y poseer tacto y una bondadosa cortesía que haga que otros retengan su propia estima y dignidad. Claramente, incluye una semejanza a Cristo, puesto que la misma palabra se usa para indicar el propio carácter de Él.
Venid a mí todos los que estáis trabajados o cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas (mateo 11:28, 29).
Y qué significa la promesa»…porque ellos recibirán la tierra por heredad»? Puede entenderse en una de dos maneras: ahora o posteriormente. Puede significar: «ellos finalmente saldrán victoriosos en esta vida». O:»se les darán amplios territorios en el reino para que juzguen y gobiernen». En vez de perder, los mansos ganan. En vez de que la gente se abuse de ellos, y de que les saquen ventaja, ¡saldrán adelante! David menciona esto en uno de sus más grandes salmos:
Guarda silencio ante El Señor, y espera en Ël. No te alteres con motivo del que prospera en su camino, Por el hombre que hace maldades. Deja la ira, y desecha el enojo, No te excites en manera alguna a hacer lo malo. Porque los malignos serán destruidos. Pero los que esperan en el Señor, ellos heredarán la tierra. Pues de aquí a poco no existirá el malo, Observarás su lugar, y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra. Y se recrearán con abundancia de paz (Salmo 37:7-11) .
¡Ve usted el contraste?
Según la apariencia externa parece que el perverso saliera victorioso. Ellos prosperan en su camino, en sus planes de trabajo, en sus engaños y mentiras, en su trato injusto hacia otros parece darles dividendos. Simplemente parece que cada día se hacen más y más ricos y poderosos. Tal como una vez lo expresó James Russell Lowell: (La verdad para siempre en el caldaso, la maldad para siempre en el trono).
Pero Dios dice que eso no será así «para siempre». La victoria final no la ganarán los perversos. «Los mansos» la ganarán. Usted que es un siervo en formación, ¡crea eso! ¡sea diferente del sistema! Permanezca en el caldazo… confíe que su Padre celestial cumplirá la promesa con respecto a la herencia que le corresponde a usted. Usted será el bienaventurado.
Antes de terminar este capítulo, quiero considerar otro rasgo característico del siervo: el cuarto de los ocho.
«los que tienen hambre y sed de justicia»
El verdadero siervo posee un hambre insaciable de lo justo, una inclinación apasionada hacia la justicia. En sentido espiritual el siervo está empeñado en una búsqueda de Dios…un ardiente, infatigable y anhelante deseo de andar con Él, de complacerlo.
Bernard de Clairveaux expresó esto en el siglo XI, en su himno Jesús, tú eres el gozo de los corazones amantes de la siguiente manera:
Oh, Pan viviente, de ti dependemos, Y anhelamos festejar continuamente en Ti, bebemos de Ti, divina Fuente de Ti nuestras almas se quieren henchir.
De la pluma de Bernard fluía esa hambre insaciable de Dios. Pero también hay un lado práctico en esta cuarta bienaventuranza. No solo incluye el mirar hacia arriba, perseguir verticalmente la santidad, sino también mirar alrededor y afligirse uno por la corrupción, las iniquidades, la vulgar falta de integridad, las componendas morales que abundan. El siervo «tiene hambre y sed de justicia. Algunos los llamarían idealistas o soñadores.
Charles R. Swindoll